Después de un año agitando las redes sociales y el blog de Waynabox, de promover a diestro y siniestro los viajes sorpresa y de quedarme embobada viendo todo el contenido que nuestros #wayners comparten en sus perfiles de Instagram, Twitter o Facebook, me tocaba lanzarme a la aventura y vivir en carne y hueso, y no a través de una pantalla, mi auténtica experiencia Waynabox.
Tras un mes de septiembre agitado en la WaynaOffice, mi octubre comenzaba así: con mi viaje sorpresa. ¡Qué nervios! Y es que es cierto, aunque te hayas olvidado un poco de la aventura que está por venir, es justo una semana antes del viaje cuando los nervios vuelven a aflorar. ¿Será Oporto? ¿Será Budapest? ¿Será Dublín? Mi pareja y yo no parábamos de divagar y hasta de sobornar a Bea, COO de Waynabox, para conocer el destino, pero ella se mantuvo fuerte y se limitaba a sonsacar una sonrisita… Y al fin llegó el día y quienes pudisteis disfrutar de mis idas y venidas por Instagram Stories, ya sabéis de qué va el cuento… Pero para los que no, aquí estoy para detallaros mi súper viaje a Budapest.
Aunque trabaje en la casa, algo que me preocupé de asegurar es que estábamos un mínimos de 48 horas en nuestro destino y así fue. Salimos en sábado a las 9h y regresamos el siguiente lunes a las 20.15h. Soy una adicta a viajar, un espíritu wanderlust, pero eso no quita que para llevar a cabo mi adicción tengo que pasar por un pequeño obstáculo… ¡Volar! Ay, no es que me de miedo, pero tampoco es el mejor plan de mi vida -aunque confieso que el último spot de Jennifer Aniston para Emirate Airlines ha conseguido darme ganas de viajar con ellos-.
Pero volvamos al espacio aéreo entre Barcelona y Budapest: en dos horas y cuarto nos plantamos en el aeropuerto de la capital húngara, a escasos 16km del centro de la ciudad y con fácil acceso. ¿Nuestra mejor opción (y más económica)? El autobús E200 hasta Kobanya-Kispest (20 minutos) y trasbordo a la línea M3 de metro hasta nuestro destino Corvin-Negyed (10 minutos).
Justo en la plaza Corvin-Negyed se encontraba tanto nuestros apartamentos como un práctico centro comercial (sobre todo para desayunar, para cambiar euros a florines o para pasar por el súper).
Y esto me hace llegar a un punto importante: ¡en Budapest no hay Euros! Hay florín húngaro, cuyo cambio aproximado es de 300 florines por 1 euro. Tenedlo en cuenta y controlad mucho donde hacéis el cambio: conociendo tu destino con 2 días de antelación, queda descartado poder cambiar en el banco de tu país, así que tendrás que hacerlo en Budapest. Eso NO es un problema si sabes dónde, y dónde NO es en el aeropuerto, donde por novatos, nos clavaron más de 20€ de comisión. ¡Error! Apostad por las casas Western Union.
Entre llegar, comer, instalarnos y todo, nos ponemos en marcha a las 16h y nos dirigimos hacia un rincón del que yo había leído y escrito mucho en Waynabox: el Puente de las Cadenas. Mientras llegamos, paseamos junto al Danubio y nos quedamos con un gran WOW en la cara. ¡Creo que no he visto ningún río tan ancho! (¿O puede que el Támesis lo sea? ¿Y el Sena? No sé, pero a mi me lo parece).
Paseamos por el puente y cruzamos de Pest hasta Buda. Históricamente, Buda fue la parte de la ciudad relegada a la realeza y nobleza, mientras que Pest fue la zona obrera. Actualmente, la primera ha quedado como zona residencial, mientras que Pest mantiene el encanto de ser la zona con casco antiguo y comercial, más oferta gastronómica y más marcha. Pero ahora estamos en Buda, donde el imperialismo de las distintas dinastías húngaras se plasma a través del Castillo de Buda, del Bastión de los Pescadores y de la Citadelles.
Paseamos por los dos primeros, la Citadelle la dejaremos para mañana. Y así, pululando, cae la noche (allí a las 18h ya es negro, negro) así que deshacemos nuestro camino, cruzamos de nuevo el Puente de las Cadenas, y nos vamos al barrio judío en busca del famoso ruin pub Szimpla Kert.
Los ruin pubs son los locales de moda de Budapest. Desde hace algo más de cinco años, se pusieron de moda pubs de aspecto ruinoso -alzados sobre antros abandonados- pero con un encanto y hasta glamour muy especial. En ellos se puede comer, escuchar música, disfrutar de alguna exposición y, sobre todo, si son más de las 20h, beber. Allí catamos una copa de vino blanco de Tokay -muuuuy típico de Budapes-, cenamos, bebimos y charlamos de todo y de nada, embriagados un poquito por la cerveza húngara (que, por cierto, es tremendamente barata).
Habíamos madrugado y se nos cerraban los ojos, así que hicimos retirada temprana para aprovechar al máximo el segundo día.
El Domingo comienza con un buen desayuno: ¡nos espera una buena caminata hasta la Citadelle! Es el punto más alto de la ciudad, se encuentra sobre la colina de Géllert, en Buda, y fue una antigua fortaleza que se alzó en 1851 a cargo del comandante Julius Jacob von Haynau para proteger a la monarquía de los Habsburg tras la Revolución Húngara de 1848.
Más adelante, sería un gran refugio durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día alberga un monumento a la Libertad Húngara y ofrece unas vistas increíbles de Budapes y del Danubio.
Bajamos y nos vamos directos -¡a pie!- hasta la Isla Margarita. Este parque natural flota en medio del Danubio y sus 2’5km de largo la convierten en un escenario idóneo para runners. Pero no sólo eso: también alberga un pequeño zoo, un jardín japonés, zonas de picnic y una fuente que realiza funciones cada quince minutos (con luces por la noche).
Lo mejor es pasearla de punta a punta en un par de horas y, como nos dieron las 2 pasadas, paramos a comer uno de los platos de calle más populares: los langos, una especie de “pizza” húngara frita. ¡Deliciosa!
Nuestra última parada es el famoso Parlamento, el segundo más grande de Europa. Por fuera es impresionante, pero si podéis permitiros una visita en su interior (todas son guiadas) os alucinará aún más. L
a visita sale por unos 8 euros por persona pero ¡merece la pena! A nuestra salida ya cae la noche y hacemos un pit stop en el apartamento para ponernos guapos y disfrutar de nuestra última noche. ¿Cómo? Cena en Spíler Bistro Pub, restaurante de moda con bar clandestino. Comida a buen precio y copas aún más. ¡Recomendación #wayner!
Y para acabar nuestro viaje, no podíamos irnos sin pasar por uno de los famosos baños termales de Budapest. La ciudad es famosa por sus aguas termales y está plagada de baños y spas. Uno de los más famosos es Géller, que se popularizó por ser escenario del spot de Danone de 1992.
Nos plantamos con nuestros bañadores para disfrutar de un par de horas de relax entre baños calientes, fríos, saunas, vapor y más. ¿Quien prosigue ahora su viaje? Con el cuerpo más descansado que nunca nos dirigimos a nuestras últimas visitas: una parada para comer en el gran Mercado Central y unas últimas fotos por la Plaza de los Héroes.
Y se acaba el día y… ¡toca volver! Llegamos a casa a medianoche y… con ganas de repetir un viaje Waynabox.
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Tuve el placer de atender a esta encantadora pareja en el apartahotel. Ya conocía Waynabox, me encanta el proyecto y la idea. Y tarde o temprano acabarée haciendo un viaje Waynabox.
Ahora, me he hecho fan de tus post. Espero descubrir más de Budapest y motivarme a visitar otras ciudades gracias a tus publicaciones.
Me invade el espíritu #wanderlust.
Muchas gracias Ramón :D La verdad es que difruté muchísimo de mi estancia y de todo el viaje. Esperamos colaborar con vosotros bien pronto! <3