¡Feliz Día Mundial de la Pasta! Esta semana se celebra oficialmente este Día tan necesario y señalado en el calendario, también conocido como “De nada por aportar el 90% de la base nutricional de todos los pisos de solteros del mundo”.

En la cultura de hoy, la pasta es algo tan puramente italiano como la pizza, La dolce vita o el gesto de juntar los dedos de la mano hacia arriba cuando hablas. Decir pasta es casi como decir Italia. Pero, peeero, ¿sabías que el origen de la pasta se remonta a la antigua China? Entonces, ¿cómo es posible que los italianos se hayan apropiado así de este carismático alimento? ¿Qué extraña historia explica este misterio gastronómico?

Cuenta la leyenda que Marco Polo importó la pasta a Europa tras uno de sus viajes a China allá por el siglo XIII. Pero el tiempo y las investigaciones aclararon que aquello no era más que eso, una leyenda. Los orígenes se remontan mucho antes, aunque siguen sin estar nada claros. Parece ser que los árabes jugaron un papel clave en su difusión por la península itálica, aunque por aquellos lares ya era popular una mezcla de harina de cebada y agua secada al sol. La proto-pasta.

Sea como fuere, la pasta se afianza como especialidad en Italia, que le va como anillo al dedo. Esto se explica por la tradición del cultivo del trigo en el mundo romano y en el sur de la península, y a la costumbre de mezclar cereales con agua, que ha sido la base de la gastronomía mediterránea durante milenios.

Con el tiempo, la pasta va cambiando de nombre. De makaria y lagana en sus inicios, pasa al genérico maccheroni en la Edad Media. Más tarde lasagna, fidelli y vermicelli en el siglo XIX. No fue hasta entonces cuando por fin se consolida como un ingrediente fundamental de la cocina italiana. Con el cambio de siglo, se introducen muchas mejoras en los procesos de fabricación, que desencadenan el gran boom de la pasta. La exportación a Estados Unidos fue de enorme importancia, ya que gran parte de la producción se destinaba al otro lado del charco debido al gran número de emigrantes que allí residían. A partir de allí, todo fue cuesta abajo para los productores de pasta.

En sus inicios, por cierto, la pasta se comía con las manos, sin ningún aliño y sin queso. Cuando se generalizaron las salsas de tomate y aceite (que luego las amas de casa completaban con diversos productos locales como la mozzarella, el parmesano o el prosciutto), el tenedor se convirtió en un utensilio de uso diario. Y, como los tenedores de la época tenían solo dos dientes, se les añade un tercero para poder enrollar mejor los spaghetti. Y así hasta el día de hoy.

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