Hoy, queremos compartir la fascinación del wayner Edgar Peñaranda en su Primera Vez en Roma. ¡Gracias, Edgar!
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Todos tenemos un lugar al que queremos volver. Yo tengo más de uno, la verdad, pero si tuviese que escoger de entre todos esos lugares mágicos y llenos de recuerdos, me quedaría con Roma.
Ya sea por las películas de romanos que a todo “friki” que se precie le encantan, o bien por la gran cantidad de historia que tiene, la ciudad de Roma es un lugar que todo amante de los viajes -y de la vida misma- debe visitar.
Mi primera vez en Roma (y la única hasta ahora, aunque espero que esto cambie pronto) fue en un viaje familiar. Y eso, amigos, tiene sus ventajas y sus desventajas. Su principal ventaja es que fuimos a todos los sitios habidos y por haber; la principal desventaja, que a las 12 de la noche ya estábamos en el hotel.
Entrando en materia, mi primer recuerdo de Roma es la estación de autobuses. No es que sea el mejor sitio para empezar un viaje, pero fueron mis primeros pasos en la Ciudad Eterna (qué le voy hacer, soy un sentimental). Al poco de llegar a Roma te das cuenta de que puedes ir de un lado a otro andando, y que si no lo haces te pierdes las grandes maravillas que esconden sus callejuelas o incluso algún tesoro que pasa desapercibido. Y creedme si os dijo que hay un montón: casi en cada calle te puedes parar y fascinarte con cualquier estatua o fachada de edificio.
Lo bueno de Roma es que todo está a un paseo de distancia, y todo es visitable. No voy a decir que es imprescindible visitar X o Y, porque pasear tranquilamente por el centro es el medio perfecto para encontrarlo todo. Eso sí, no cabe esperar verlo todo de una vez, es imposible. Además, el buen viajero sabe que siempre se ha de dejar algo por ver para tener un motivo que le haga volver.
Una visita a Roma no está completa sin pasar por el almacén de obras de arte también conocido como El Vaticano. Religión aparte, ver el Vaticano es una experiencia agradable siempre y cuando te interese el arte (aunque el mero hecho de ir a Roma ya es una muestra de interés por el arte en sí). Sala a sala aparecen infinidad de obras que no puedes evitar admirar, siempre que tengas tiempo, claro, pues la cantidad de gente por metro cuadrado es un hándicap.
Pese al gentío, he de estar agradecido, ya que fue allí donde guardo mi mejor recuerdo: las vistas desde lo alto de la cúpula de san Pedro. Toda Roma a tus pies, una imagen que no puedo describir sin utilizar la palabra ‘mágica’. Solo por eso ya valieron la pena todos y cada uno de los escalones que daban al mirador.
No obstante, en un viaje familiar no todo es ver museo -y, créeme, ves muchos museos-, también es un viaje donde preocupa comer. Porque ya sabes que comer en Roma, y más si te da por comer en la terraza de un restaurante cerca de a la Fontana de Trevi, va ser muy caro. Lo que no sabes es que aun hay un sitio mejor, porque donde esta la mejor comida es en los callejones donde tu madre no está a gusto, en el local ese que tenía pinta de ser un sitio lúgubre y triste.
No puedo terminar sin preguntarme por qué alguien estaría leyendo estas líneas en lugar de viajando a Roma. Con calzado cómodo, por supuesto, que hay que andar mucho para que valga la pena. Y, por mi parte, como dice la canción: Arrivederci, Roma.
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