Segunda entrega de Mi Primera Vez, la sección que hacéis vosotros. Esta vez, el wayner Ramon Balcells nos deleita con su particular oda a Lisboa. Amor y nostalgia se desprenden a partes iguales en esta fantástica entrada. Gracias, Ramon, un placer.

Lisboa: la otra ‘grande bellezza’ de Europa

Siempre que me preguntan por mi ciudad favorita, me paso varios segundos pensando antes de responder. Hay veces que digo una, y otras que no me queda más remedio que contestar rápido para evitar un posible debate.

Y es que, en general, no me gusta hablar de ciudades, y menos hacer turismo en ellas. Me gusta verlas a mi aire y “quedármelas para mí”. Muchas veces me ha pasado que, al visitar una ciudad, me quedo con ganas de volver y “hacérmela” mía, descubrirla sin ningún guía turístico, incluso sin mapas.

Viendo La grande bellezza (Paolo Sorrentino, 2013) el año pasado, todas estas ansias se me volvieron a despertar: quería, no solo volver a Roma, sino poder recorrer las calles de cualquier ciudad a mi ritmo (y no necesariamente en estado permanente de resaca, como el protagonista), sin ataduras ni paraguas elevados entre masas. Y, a la vez, me hizo rememorar una experiencia que viví hace un tiempo y que necesitaba ‘expulsarla’ ahora, aquí.

Justo empezar la universidad, me surgió la oportunidad de viajar una semana a Lisboa con motivo de un intercambio cultural, conviviendo con un grupo de 25 jóvenes de varios países de Europa.

El plan era realmente envidiable, y sin pensarlo ni un momento, me ‘embarqué’ en esa especie de aventura y de parón en medio de la carrera. La ciudad, en el fondo, poco importaba: lo que más nos motivaba era el plan en sí. Pero me equivocaba: Lisboa, la ciudad, hizo que esa experiencia fuese aún más mágica. Eso es lo que tienen sitios con tanto encanto.

Portugal, ese país desconocido y mentalmente lejano para los españoles; ese lugar que figura en nuestras mentes cerradas como una especie de ‘anexo territorial’. ¡Qué equivocados estamos algunos! Una vez vista Lisboa, lo cierto es que todos los prejuicios se marchan. Es una ciudad que las postales no pueden hacerle justicia.

Y fue allí, precisamente, donde descubrí una ciudad a base de ‘hacérmela’ a mi ritmo. Si bien es una ciudad complicada de recorrer para los que no practicamos demasiado ejercicio, el encanto que transmite todo su conjunto hace que esas cuestas infernales se hagan incluso placenteras.

De noche, sin embargo, todo cobra una dimensión aún más mágica: las luces, la música en la calle, el olor a comida y vino, gente diversa paseando por las calles… Sí, sé que la descripción podría aplicarse a muchas otras ciudades, pero es que ésta tiene algo realmente indescriptible.

Recuerdo un momento inolvidable: en un bar con una plataforma de madera elevada al lado del río, con cojines para estirarse, unas cañas y varios amigos; el sol se estaba poniendo a lo lejos de un puente y solo oíamos las olas. No me acuerdo de qué hablamos.

De hecho, no pasó nada especialmente relevante. Pero fue una sensación de plenitud, viendo Lisboa entera y algunos aviones despegar, al sabor de una caña (exageradamente barata) y con gente querida, que difícilmente podré olvidar. Sentí, igual que el protagonista de La grande bellezza, el mundo para mí, solo para mí.

Gracias, Lisboa.

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