Por Bea Lara, COO de Waynabox
Tenía muchas ganas de hacer una escapada para poder desconectar del reto que supone enviar cada fin de semana ¡a más y más wayners de viaje! Al final, siempre estamos preparando sorpresas para los demás y a veces da la sensación de que casi no tenemos tiempo para viajar… Por ello decidí organizar una aventura romántica en Oporto al más puro estilo Waynabox para sorprender a mi pareja por su cumpleaños. “Coge una mochila para dos días”, le dije, “que te recojo a las 5 de la mañana para ir al aeropuerto”.
Ya conocía el destino, pero es una ciudad que tiene muchísimo que ofrecer y que merece una segunda y tercera visita. Además sabía que a mi acompañante le encantaría. Oporto tiene arte, cultura, historia y una gastronomía riquísima a precios más que asequibles. Su tamaño es perfecta para recorrerla a pie y además se pueden visitar y descubrir muchos rincones con encanto en un par de días. Por eso, quiero compartir mi experiencia para que os hagáis una idea de qué se puede hacer en una corta escapada a esta bonita ciudad portuguesa.
Como ya he dicho, nuestro vuelo era bastante temprano. En Portugal hay una hora menos, como en Canarias, por lo que llegamos muy pronto a Sa Carneiro, el aeropuerto que se encuentra a una media hora en transporte público de la ciudad. Está bien conectado por autobuses aunque el metro es la manera más cómoda y rápida de llegar al centro. Según donde se ubique el hotel hay varias paradas céntricas, Trindade, Casa da Música… Nuestra parada era Bolhão. Nosotros no volvimos a utilizar el transporte público durante el viaje, aunque recomendaría tomar el tranvía turístico o alquilar una bici, ya que según mis cálculos caminamos unos 10km el primer día y 15km el segundo. No obstante también comimos lo suficiente para quemar esas distancias y más, por lo que los paseos por Oporto fueron una especie de terapia anticalorías. Eso sí, todo lo que probamos me pareció absolutamente delicioso.
Comenzamos con un copioso desayuno consistente en pasteis de nata (que en realidad son de crema), hojaldres y unos bollitos cubiertos de azúcar glass con café con leche. La mañana era lluviosa y gris, y lo primero que me llamó la atención fueron las calles plomizas y empedradas y las fachadas cubiertas de azulejos. La Capela das Almas de Santa Caterina es un buen ejemplo de ello, cubierta con imágenes de la vida de la santa de arriba a bajo en baldosas azules y blancas. Entramos a visitarla y nos llamó la atención encontrar a tanta gente rezando a las 7 de la mañana. Oporto tiene ese encanto decadente de la España de posguerra. Es también una ciudad moderna, con gran movimiento artístico y cultural entre los jóvenes, pero se combina con una sociedad tradicional y un cierto aire añejo, “de toda la vida” que ya apenas vemos en las grandes ciudades, por lo que es un destino perfecto para relajarse y desconectar.
Dejamos las mochilas en el hotel, uno de nuestros preferidos en la ciudad y con el que hemos conseguido un acuerdo con Waynabox para poder enviar a más viajeros. Ubicado en la céntrica Plaça da Batalha, frente a la Iglesia San Idelfonso y el Teatro Nacional es uno de los seleccionados de este año con el Travellers Choice Award. Como el hotel estaba lleno, el chekin no era hasta las 14h, y teníamos más de seis horas por delante para visitar la ciudad así que decidimos recorrer todo el centro histórico.
Comenzamos por la Catedral y el Museo de Arte Sacra. A estas horas todavía se encontraban cerrados, pero tenía también su gracia poder hacer fotos sin ningún otro turista en el plano. Fuimos al Monasterio de San Bento da Vitoria, que es patrimonio de la humanidad y que solo se permite visitarlo con un guía. Se organizan visitas cada día a las 12h por sólo 3 euros. Seguimos hasta el Centro Portugués de Fotografía. El edificio que alberga este centro, de entrada gratuita, es una antigua cárcel y allí pudimos ver una interesante colección de fotógrafos portugueses pero también piezas de Henri Cartier Bresson o Sebastian Salgado. Paseamos por un par de parques de la zona, por la que pasa el antiguo tranvía, y visitamos también la Torre dos Clérigos. En esa misma calle hay un montón de cafeterías y locales turísticos donde decidimos probar la “portuguese experience” en la Casa Portuguesa dos Bolinhos de Bacalhau, donde su especialidad son estas deliciosas croquetas rellenas de queso acompañadas de vino do Porto.
Tras el almuerzo nos fuimos al hotel a descansar el madrugón y la caminata. Por la tarde nos dirigimos al mercado de Bolhão, y pasamos frente al café Majestic, un precioso café modernista que se mantiene igual que en el siglo XIX. Sin embargo, como es muy turístico resulta difícil conseguir mesa. Una buena alternativa para recrear la experiencia de encontrarse en otra época es el café Imperial, en Aliados, reconvertido en un McDonalds pero que ha conservado la decoración original y es una mezcla más de esta mezcla de antiguo y moderno que me fascina de Oporto.
Visitamos también la Iglesia de Trindade, la plaza y avenida de los Aliados, y tomamos algo por la Rua de Fábrica. Unas cosinhas de pollo, empanadillas de camarón y croquetas de ternera que según mi chico estaban es-pec-ta-cu-la-res. Lo regamos con una pinta de SuperBock, la cerveza local. Por esa zona, Santa Teresa, hay muchos bares y restaurantes, pero nosotros teníamos una misión. Encontrar la mejor francesinha de Oporto. Este plato típico (sandwich relleno de carne y cubierto de queso, huevo, y salsa de cerveza y tomate ligeramente picante) se lo disputan varios restaurantes que dicen tener la receta original e incluso la patente. Dos de ellos se encuentran en la calle de Passos Manuel frente al Coliseo, por lo que nos dirigimos allí. Creo que el Café Santiago sin duda puede ser el mejor lugar para probarla, pero tuvimos que ir a su competencia, Lado B, ya que tenía una mesa libre y una versión vegetariana de la francesinha que no pude resistirme a pedir.
A la mañana siguiente queríamos visitar toda la zona de la ciudad que se encuentra a la orilla del rio Duero y la vecina Vilanova de Gaia, donde están las bodegas que fabrican el famoso vino de Porto. Cruzamos el majestuoso puente de hierro Luis I y pudimos apreciar las preciosas vistas de la ciudad desde el otro lado. Es muy bonita la parte del puerto fluvial, con sus casitas de colores con la ropa tendida al primer rayo de sol, los barcos cruzando el Duero, y un sinfín de barecitos y locales donde siempre suena música típica portuguesa y fado.
Recorrimos toda la orilla del río, puesto que nuestra intención era llegar a la desembocadura y ver las playas del Atlántico. Los más de 8 kilómetros caminados valieron la pena. Comimos sopa verde y bacalhao con natas (al horno con un gratinado cremoso) enfrente del edificio de la antigua aduana o Alfandega, en una placita llena de restaurantes típicos con menús del día que incluían pan y bebida más dos platos ¡por seis euros!
Seguimos por el barrio de Miragaia, pasando el museo del Vino, hasta cruzar por debajo del impresionante puente de Arrabida, punto a partir del cual el Duero se ensancha hasta llegar al océano. Había pequeños islotes llenos de gaviotas y otras aves marinas y de agua dulce, muchos pescadores, y poco a poco empezamos a ver menos piedras y más arena, hasta pasar el faro y llegar a las playas. Continuamos paseando hasta bien entrada la tarde, tomando un merecido café frente al mar, y en la rotonda que conecta con la Avenida Boa Vista emprendimos nuestro regreso al centro.
Podíamos haber cogido un autobús, pero decidimos cruzar por el parque de la Ciudad y bajamos por el museo de Arte Contemporáneo de Serralves hasta llegar al jardín botánico. Entonces vimos que estábamos muy cerca de un edificio curioso, una sinagoga, y nos acercamos a verla. Al parecer hay una gran comunidad judía en Oporto. Continuamos hasta la Avenida Boa Vista de nuevo, a la Plaza de Albuquerque, donde está el moderno edificio de Casa da Música, y recordé que cerca había un mercado, en la Rua do Bom Suceso, donde hay muchos puestecitos de comida y decidimos cenar allí. Probamos los rissois o empanadillas, de diferentes rellenos, muy ricas, y algo menos típico, unos “sliders” o mini hamburguesas de un negocio local.
Después de cenar y verdaderamente cansados nos dirigimos hacia el hotel de nuevo, aunque si no hubiéramos caminado tanto probablemente nos habrían quedado fuerzas para tomar algo en alguno de los numerosos locales que ofrecen fado en directo, y que teníamos ganas de escuchar.
A la mañana siguiente, tras hacer el check out, nos despedimos de Oporto, una ciudad cercana pero al mismo tiempo misteriosa y distinta, como detenida en el tiempo pero actual, y a la que sin duda volveremos.
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Tenia muchas ganas de hacer una escapada para poder desconectar del reto que supone enviar cada fin de semana ?a mas y mas wayners de viaje! Al final, siempre estamos preparando sorpresas para los demas y a veces da la sensacion de que casi no tenemos tiempo para viajar… Por ello decidi organizar una aventura romantica en Oporto al mas puro estilo Waynabox para sorprender a mi pareja por su cumpleanos. “Coge una mochila para dos dias”, le dije, “que te recojo a las 5 de la manana para ir al aeropuerto”.