Por Xavi García, Adventure Advisor de Waynabox

Coge las maletas, te vas a… ¡Por fin! Tras un par de meses esperando y sintiendo esa sensación que sienten nuestros wayners, por fin descubría mi destino ¡y qué contento estaba ella! Esta vez no era yo quien estaba detrás de la pantalla organizando un viaje… Era a mi a quien le entraban las prisas por coger cuatro cosas, meterlas en una maleta rápido y corriendo y salir a la aventura. ¡Qué diferente se ve desde fuera!

VIERNES

Tan pronto aterrizamos en Arlanda nos decidimos por la opción más rápida (aunque cara) y compramos billetes para el Arlanda Express que en apenas 20 minutos te deja en el centro de la ciudad. Total, tenemos solo 72 horas para disfrutar el destino, ¡hay que aprovechar al máximo!

Una vez en la estación central, dejamos las maletas en consigna, alquilamos un par de bicicletas y nos pusimos a pedalear sin parar: de isla en isla y de puente en puente, ¡cómo me gusta Escandinavia!.

Empezamos por el ayuntamiento, la sede mundial donde se celebra la entrega de los premios Nobel; quién sabe, ¡tal vez algún día me veo ahí recogiendo alguno! De ahí hicimos una paradita rápida en Gamla Stan donde callejeamos hasta llegar a una de las plazas más pequeñas de Europa, Stortorget, con sus casitas de colores y sus bares con terrazas donde las cafeteras no paran de filtrar café. Seguimos hasta el siguiente punto en nuestra ruta, Djurgården, la isla más verde del archipiélago con un gran número de embajadas y museos de todo tipo, el más curioso que quedó en nuestra “to do list” para la próxima visita fue el museo de ABBA.

Djurgården es para la ciudad lo que Central Park es para Nueva York o el Retiro para Madrid. La ruta en bici por la isla nos llevó a uno de los rincones de los que nos enamoramos en nuestro primer día de viaje: el Rosendals Trädgård Kafé, una cafetería dentro de un invernadero, rodeada de flores de todo tipo y pasteles caseros ¡no defraudan a nadie!

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Cuando cayó la noche decidimos ir al hotel y abrigarnos un poquito, el frío ya se hacía notar y necesitábamos cenar algo y reponernos para el día siguiente.

Nuestro hotel, en la isla de Söder, era un pequeño hostal boutique con mucho encanto. Hicimos el check in, pedimos un par de recomendaciones para cenar a la recepcionista y directamente nos marcó en el mapa un sitio de ramen para entrar en calor más fácilmente. No era Japón, pero la verdad, estaba riquísimo.

SÁBADO

El día siguiente teníamos preparado un free walking tour, ¡qué bien va para que te enseñen lo mejor de la ciudad sin gastar demasiado!

Como sabíamos que nos iba a tocar patear y mucho, decidimos madrugar e ir uno de los sitios más de moda, a Pom & Flora. Un café con un toque moderno que presume de servir uno de los mejores brunch de la zona. Cabe decir que están en lo cierto: un local con un toque vintage muy nórdico, con grandes ventanales para ver gente pasar de un lado para el otro, café ilimitado y una carta súper completa.

Con el estómago lleno nos decidimos por el free tour por Söder, la parte más alternativa de la ciudad, llena de restaurantes con comidas de todo tipo, cafeterías que parecen sacadas de películas de los años 70 y gente joven con pitillos, barbas vikingas o bigotes que nada tienen que envidiar al mismísimo Dalí… Dentro de la isla tienen su propio “Soho”, conocido como SoFo donde además de lo ya mencionado, está lleno de tiendas artesanas y galerías de arte, parques donde descansar y unas vistas envidiables a Gamla Stan. Una de las mejores vistas del casco antiguo, incluso bajo la lluvia se veía precioso.

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Más tarde volvimos a Gamla Stan, todavía nos quedaban callejones por los que pasar y fachadas de colores en las que pararnos a pensar cuántos muebles de Ikea habrá ahí dentro. Nos sentamos en una cafetería, donde aprendimos una de las tradiciones locales más antiguas: el “fika”; la palabra que usan para describir lo que es tomar un café y una pastita, preferiblemente una rollito de canela calentito. Y cómo segundo país más consumidor de café del mundo, ahí también puedes rellenar la taza tantas veces como desees.

Para seguir con las tradiciones, esa noche probamos el plato típico de la zona, las ‘meatballs’ con puré de patata. Nos recomendaron el restaurante “Meatballs for the people”, en Söder, como no, un restaurante con un toque muy moderno que las prepara como lo hacían antiguamente y a un precio razonable, algo vital allí.

DOMINGO

Nuestro último día era el más corto de todos, ya que volábamos a media tarde desde Skavsta, un aeropuerto un tanto más alejado. Pero las ganas de ver y hacer más no nos impidieron madrugar para ver toda la parte más comercial de la ciudad, en la Normalm, donde la gente de traje pasa las horas trabajando en edificios acristalados.

Nos encontramos con un mercadillo dominical muy interesante en Hötorget, lleno de libros, música, plantas e infinidad de objetos de segunda mano.

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Sobre la 1 del mediodía pusimos rumbo en bus hacia Skavsta. El bus tarda una hora y media aproximadamente y tiene un afluencia de horarios muy frecuente, es la mejor opción para llegar allí.

Por si alguien todavía lo duda fue un viaje a otro ritmo, con el tiempo en contra nos dejamos llevar, sin planear gran cosa para perdernos por la ciudad, aprovecharlo todo el doble y sobretodo comer, comer y comer; ¡la oferta gastronómica es infinita!

¿Habéis adivinado cuál fue nuestro destino? Tal y como decía el email que recibimos: cogimos las maletas y nos fuimos a… ¡ESTOCOLMO!

 

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